Las  omnipotencias.

“ Quien no sabe decir no, enfermará” A. Grüm. “Límites sanadores.”

En los consultorios y clínicas la omnipotencia y sus consecuencias se manifiesta de miles de maneras; violencias varias, domestica a veces,  con los hijos o empleados otras, en lo social en gran cantidad, contra sí mismo  casi siempre fundamentalmente cuando la realidad no responde al ideal  omnipotente de cómo debería ser según nuestra fantasía. La sordera a  significaciones diferentes caracteriza al omnipotente especialmente cuando mi  ego es la estatua que todos deben alabar y que me impide escuchar un discurso  del otro que como otro me plantea una critica. El omnipotente por esencia carece  de lo esencial de lo humano hoy que es la autocrítica. El consultorio de la  calle es otra lectura cotidiana de la omnipotencia. El gesto desesperado porque  la extensión de mi Ego que puede ser mi coche no llega primero a una puja  desesperada de prestigios que tiene en el cronómetro y en el apuro sus  combustibles. Son las locuras cotidianas.

Pero  siempre me sorprende la gente que no puede escuchar, la sordera al otro, a lo  diferente, aún cuando realmente crecemos como personas desde la diferencia que  nos propone el otro como ser diferente. El padre o la madre que no puede  escuchar al hijo y le quiere imponer un ideal para de esta manera abandonarlo;  no hay peor abandono que silenciar lo que el otro nos quiere revelar. Surge así  el germen en las dos persona (el sordo y el no escuchado) de la venganza  paranoica. Lo vengativo suplanta al encuentro. La traición a la fidelidad de una  relación compartida. O te sometes o te extermino. Campo de la paranoia. La doma  del otro suplanta al encuentro de las intimidades.

Otra  crónica de la omnipotencia cotidiana es el stress crónico; sujetos desvencijados  y ansiosos por responder a todo. Es la omnipotencia en acto. La hiperkinesia  quiere suplantar a lo versátil y cambiante de la realidad.” Soy incansable” dice  el stressado crónico. Una arritmia cardiaca, un desmayo, el insomnio, el olvido,  el ataque de furia, el derrame de bilis, le demuestra su limite. No somos  ilimitados. El omnipotente cree ser Dios, pero es un Dios frustrado. Quiero ser  el amo de todas las significaciones y de todas las respuestas. Quiere ser el  dueño de la verdad. El dueño del lenguaje. El otro es o debe ser nuestra imagen  o semejanza. De lo contrario la replica paranoica y vengativa es inmediata, la  envidia destructiva es rápida, y al final la violencia que trata de ser la  manifestación de poder de un impotente. La droga en otras circunstancias trata de darle fuerza artificial a este  omnipotente ya agotado con lo cual no sólo va hipotecando su mente sino su  cuerpo que en rodajas se va a ir rindiendo.

A mayor  omnipotencia hay mayor impotencia. En nuestra época narcisista y megalómana hay  que hacer un elogio de la humildad. Quizás es la bienaventuranza del Sermón de  la Montaña más actual en los tiempos post-modernos. Esa omnipotencia o sordera  de lo universal (que es el otro como autónomo) en su versión más maligna y  destructiva se transforma en el cerco del otro: no dejarlo crecer y en el fondo  en nuestra propia tumba.

El narciso es la tumba moderna de los vivos-muertos. El narciso era la  flor que los griegos llevaban a los muertos. Narciso al ser embelesamiento de la  propia imagen como única es la muerte como personas. Cuando ese narcisismo es  extremo se lo llama técnicamente “maligno” y culmina en el exterminio del otro  ya  en el hogar limitando una vida a  ser mera cosa o en las variantes stalinistas-nazistas en los distintos campos de  concentración en donde el otro está condenado a ser una estatua, una momia y un  cadáver.

El  objeto que quiere dominar el omnipotente es siempre una” tontera” elevada a la  categoría de un ideal de prestigio: querer dominar la realidad como si  dependiera de nosotros es algo “tonto”, como también creernos dentro de una inmortalidad terrestre, conseguir un  objeto que es un emblema de prestigio en donde ahí se nos va la vida ya sea un  televisor de plasma (en boga hoy) hasta un cuerpo perfecto y que no envejezca  nunca. Pero solo nos damos cuenta que vamos detrás de quimeras tontas y que la  vida verdadera pasa por otro lado cuando nos deprimimos. Cuando hacemos el duelo  por ese Yo omnipotente que no podemos llegar a ser. Es el delirio del Yo-Ego el  que debemos enterrar y esto existe dentro de los consultorios y especialmente en  la vida cotidiana.