Matar al Padre
“No sé lo que quiero, pero lo quiero ya”.
Luca Prodan
Si todo lo quiero ya, el otro puede ser mi enemigo; por lo tanto hasta lo debo eliminar. La vida parece haber perdido su valor sagrado. La crónica policial, mirando lo que sucedió el día de la primavera o las golpizas a la salida de las discos, parece ser una lección a observar.
Un poeta popular como Luca Prodan puede llegar a ser el testimonio de una época, máxime cuando su propia vida se jugó en su testimonio mismo. Estamos en épocas contradictorias en donde muchos “no sabemos lo que queremos pero lo queremos ya”. Es una mezcla de pérdida del sentido, de la direccionalidad (el “No future” que testimoniaban los Sex Pistols en sus temas de rock y que también testimoniaron con su propia vida); pero al mismo momento todo lo quiero “ya”. Estos dos fenómenos son complementarios; al no creer que hay futuro todo debe ser inmediato. Si hay futuro, modero y modulo mis actos y mi voluntad para conseguir ciertos objetivos.
Es una cultura de actos la actual: todo lo quiero ya. Nos cuesta esperar, frustrarnos, aceptar la realidad. La espera debería surgir ya que la realidad no depende de mí, vivo con otros. Con-vivo y el otro es mi Ley, mi límite, mi resistencia. Aceptar esto es crecer. Pero en realidad la cultura estimula mi egolatría, mi individualismo. Ha desaparecido casi la noción de bien común que, al decir de Aristóteles, es el bien para todos.
El individualismo me lleva a la negación del otro; para imponer mis actos debo apelar a la descarga impulsiva, incluso matando. No es la acción que mencionaba Goethe: “la acción es la fiesta del hombre”. Acá, en Goethe, la acción recrea la vida. Ahora el acto impulsivo que mencionábamos destruye la vida.
Quizás la crónica policial de hoy, con los hechos que mencionamos antes, es la parte más auténtica y menos manipulable de nuestro default humanístico. El delito habla por sí mismo y nos daña porque el acto destructivo y antisocial delata la pérdida de la sacralidad del Otro que es víctima de un victimario que opera como un verdadero verdugo. El otro, en las teologías o en el pensamiento laico, es siempre sagrado. Esa es la base de la cultura: no profanar al prójimo (próximo); y también de acá surge el nacimiento de la Etica a través del altruismo: tenemos el deber de reparar al otro, ayudarlo. Siempre estamos en deuda con el otro porque el otro es el testimonio mismo de la vida. Precisamente aquéllos que tienen una ceguera moral, las llamadas personalidades antisociales, son así porque sienten que no tienen una deuda con el otro; al contrario, piensan que el otro es deudor, por eso hay que ultrajarlo, violarlo, secuestrarlo, matarlo, usufructuar lo máximo de él. Pululan por doquier las personalidades antisociales, quizás porque son la caricatura de nuestro tiempo.
En muchos aspectos nuestra sociedad tiene aspectos parricidas, filicidas y fratricidas. Matar al Otro tanto en la dimensión de autoridad símil de la función paterna (parricidio); o al Otro como hermano en esa fraternidad que deberíamos ser y no podemos ser (fratricidio) o al mismo tiempo matar al Otro en la figura de un hijo al que abandonamos y lo sumimos en el mayor de los desamparos (filicidio). Estos delitos son los máximos que existen desde la misma existencia de la humanidad. El hijo, el hermano y el Padre son incluso la base misma de la Ley. Tanto el psicoanálisis como las distintas reflexiones teológicas nos hablan de Edipo matando a su padre y cómo luego se vacía sus ojos como castigo y de Caín matando a su hermano. Son los dos crímenes más horrendos y base de la vida cultural. Los dos (Edipo y Caín) remiten a la ley máxima del no matarás, porque todo otro es un hermano y testimonio vivo de la vida y la norma representada por el padre. Cuidar la vida es la máxima, el padre y el hermano y el hijo simbolizan el modelo de todo Otro. Aquí la tragedia griega o el relato bíblico nos pueden enseñar mucho para desentrañar lo que sucede todos los días. El tema es no tapar situaciones y perdernos en noticias insustanciales.