«..hay un arte de la esperanza terrena , para conseguir la felicidad humana se requiere un cultivo de las capacidades y dotes naturales…»
Montaigne.
No son tiempos de Montaigne. La felicidad hoy se vende en » potes».Lo natural ,¿que es?, en una sociedad de marcas y fundamentalmente química. Sólo hechos de impacto mediático en «personajes gloriosos» pueden , quizás, hacernos pensar en la alienación de nosotros mismos que hoy nos constituye. Vidas truncadas en donde la persona se resume en un hígado ya duro como una madera (cirrótico) o en un riñón que ya no excreta impurezas o en un páncreas que ya habla como pancreatitis. El hombre que ayudamos a crear queda subsumido en un hígado, un riñón o un páncreas. La fragmentación, primero social, luego personal queda luego transformada en un islote de órganos que hablan por sí mismo desde un cuerpo ya envejecido precozmente.
Drogarse está publicitado como un índice de prestigio para una gran población adolescente. El prestigio funciona como un imperativo de lo que debemos hacer. Abuso de alcohol y consumo de sustancias forman parte de los rituales del adolescente. Para crecer necesito pasar por esta prueba. Para divertirse hay que tomar. Para estar con otros es necesario hacerlo. La transición adolescente pasa hoy por la química con múltiples cajeros , legales y/o ilegales que van rentando y lucrando con esta imposición social. El aliado circunstancial es nuestro Ego que por un momento alivia cualquier inhibición o fobia; pero mientras tanto vamos siendo sobornados y el rentista cobra no solo en pesos sino en neuronas, células hepáticas, ideas ya torpes, lucidez. Se hipoteca nuestra libertad que servirá para variados dueños.
Todo esto anuncia una crisis de la cultura del dialogo, de lo humano frente al poder de los grandes prestamistas-usureros de nuestras neurosis adolescentes cotidianas. Los vínculos y la palabra quedan afuera en la post-modernidad tecnológica. hoy la química ocupa el lugar de la palabra. La alienación dice gracias. Nuestro sí mismo más profundo es una escritura celosamente guardada en la caja fuerte de un usurero.
Progresivamente el , ya , paciente necesita recurrir a otros ante la flaqueza de la respuesta química. Cede el crecimiento personal, la escuela se abandona o queda a un costado en función de esa otra escuela que en lugar de socializar de-socializa: la calle y el ciber que no es biblioteca ni fragua deportiva. A mayor daño no sentido (ahí está la alienación en funcionamiento) mayor es la necesidad de pertenencia a grupos adictivos. Es, precisamente paradojal que cuanto más deteriorado empiezo a estar más el imperio de lo inauténtico se impone. Mi verdadero yo está en un anaquel y mi «careta» o falso self se ejercita en una esquina de «transas», una disco y si es VIP mejor ya que ahí está el ideal prestigiado, en una cancha de futbol o en una trifulca; todo eso me hará creer que soy.
Después empiezo a tener complicaciones legales , accidentes varios, violencia callejera. Me hago «joven crónico» que visita compulsivamente comisarías, suplico ante abogados. Dolores abdominales, síntomas ulcerosos , una blenorragia o una sífilis cuando no el HIV me transforman , también, en un suplicante avergonzado de las guardias superpobladas de los hospitales públicos. Me voy deteriorando. Es la degradación de lo humano lo que se anuncia. Y a quedan marcas en mi cuerpo que son los verdaderos tatuajes del trauma de ir alejándome de mí mismo. Tengo un hijo ¿pero que hago con él?.Puedo tenerlo pero no contenerlo ni asumirlo. Inauguro así el linaje de la tristeza generacional. El futuro empieza a ser crucifixión sin resurrección. Ojala los daños que se observan en «personajes gloriosos» puedan servir para mensurar los riesgos de la iniciación temprana en el uso de drogas y en el abuso de alcohol.