Narco –Cultura

“en esta cultura tratamos de calcular y minimizar el riesgo de ser nosotros mismos; buscamos blancos sustitutos frente a los tensiones existenciales”.

Tiempos líquidos Z Barman 2008

 

No solo importa el narco- negocio del cual dan testimonio crímenes con el sello del ajuste de cuentas. Es la narco–cultura la que nos debe interesar.

O sea esa cultura como cultivo de la muerte. La cultura es un cultivo, etimológicamente hablando; de donde derivarán los negocios. En realidad se influencian; el narco–negocio lucra con la narco-cultura y a su vez la estimula. No solo es la manifestación burda, para nuestros pensamientos y creencias argentinas  el “narcorrido” que se canta en las tierras del cartel de Sinaloa donde la música y sus letras idealizan al mafioso como el “macho” mexicano. El narco es la exaltación del “machismo” acendrado del azteca. Se agiganta al pistolero y a la vez se genera un miedo social. En nuestras tierras basta con cultivar el placer máximo del consumo. Hay que banalizarlos daños. La narco–cultura impone representaciones sociales en donde es posible huir de todo dolor. El placer no tiene ley ni límites aunque ese más allá del principio del placer sea la muerte misma. Vegetando vivos o como muertos – vivos.

Se crean representaciones sociales de las drogas en donde todo placer se realiza plenamente. Surgen mitos como por ejemplo“la marihuana no daña”. Estos mitos a su vez aseguran pertenencia, referencia e identidad. Lo que está devaluado se ofrece como si estuviera en oferta en una góndola de la post-modernidad: la Identidad. Nunca como hoy nuestra mismidad más profunda o sea nuestra identidad se encuentra más alienada y entregada en liquidación a distintos mercaderes.

Para el adolescente “no ser careta” es una señal identificatoria.

El “drogón” es una cédula, un DNI o nuestro ADN. Para el joven empresario las sustancias son el tónico de la omnipotencia que asegurarán ilusoriamente un rendimiento “a medida” de la sociedad del éxito. A su vez formar parte de tribus urbanas para muchos jóvenes asegura amparo y una hostilidad hacia otras tribus, lo cual reafirma la pertenencia a una individualidad colectiva. Las tribus parecen ser una agremiación de débiles afirmándose en una individualidad colectiva. Caídos los lazos sociales y familiares miles se asocian en la “intemperie” a través de emblemas. Entre ellos, por nuestros datos, también circulan las drogas y el alcohol. ¿Cómo tolerar el “frío” de la “intemperie” si no es con huidas previamente  prestigiadas? Es que precisamente la huída a través de las sustancias están prestigiadas. La clave de las representaciones sociales es que generan prestigio y además la “yapa” de una alucinación comprada aunque dure pocos minutos.

Estas huidas prestigiadas paradójicamente acercan a cada ser humano a un destino trágico. Anticipan la tragedia a través de la estrategia del disimulo del dolor.

Estos mitos se dan a través de ritos. Lugares también prestigiados y a la vez aborrecidos cuando se asume la condena cotidiana de necesitar la dosis. Villas boliches, aguantaderos, fumaderos, esquinas, etc.,  representan la ambivalencia del prestigio asumido y de ser dramáticamente fiel a una condena trágica.

Así la narco-cultura disciplina no solo para un negocio en donde la demanda no la marca el “pico del placer” sino el vacío de la abstinencia. Así son ya clientes. Mercancía cada vez más devaluada en la medida que se ingresa en la dependencia. Así surge el destino del crónico en donde la soledad es lo cotidiano.

Pero la narco-cultura es un disciplinamiento social. Es un control social de enorme cantidad de personas y a veces pienso que si C. Marx viviera diría hoy que “las drogas son el opio de los pueblos”.