El tiempo no para.

“Somos la  generación del aquí y ahora, pasa todo muy rápido y un momento ya fue”

Adrián  Suar ,comentario acerca de la muerte de Juan Castro, Revista Noticias.

La novela televisiva narra  en una sucesión desenfrenada de escenas y personajes el vértigo en el cual  parte de nosotros como sociedad vivimos. En esta época llamada post-moderna y  también post-social por la “liquidación” del otro como prójimo –próximo (el  otro parecería no existir o solo para ser burlado, transgredido o usado) el  tiempo adquiere una dimensión cataclismica y explosiva. Ni siquiera se respeta  a la cronología, el tiempo del reloj quedo separado por el frenesí de la  ansiedad que marca un tiempo distinto; el del impulso. Así se hace cierta la  máxima de los griegos  en donde el Dios  Cronos (el Dios del tiempo) se comía a sus hijos, la voracidad de un tiempo se  come a sus hijos así como en la novela cada uno de los personajes va cayendo devorado por sus actos que son propuestos  por la vorágine que se les impone. El tiempo interno, el tiempo subjetivo no  existe. El pensar queda suspendido. El impulso manda. La pregunta no existe ya  que en toda pregunta hay una apelación al otro y a la mismidad más profunda  para sacar conclusiones que nunca son concluyentes sino abiertas a lo que los  otros también nos digan. Todo es una respuesta marcada desde la cultura del  “ombligo”; hago porque me da la gana. Así surge la violencia ante la dura  realidad que a veces nos dice  no, o a la  paranoia como venganza frente a la adversidad de los hechos; todo esto  intenta  suplantar al tiempo de la espera  y la reflexión. El tiempo como vértigo   se “come a sus hijos” como en la mitología griega y en la novela,                   novela también de la vida cotidiana  en ciertos ámbitos.

El tiempo que no para, el  tiempo del impulso necesita “combustibles” o sea una adrenalina supletoria que  proporcione un mundo alucinado que deriva para suplantar la adversidad  constante que implica el vivir.

Ese combustible es la droga  estimulante en esta sociedad. Los últimos datos oficiales hablan del aumento de  las drogas estimulantes “artificiales”; la pasta base creció en 4 años un 300  %, los solventes, hidrocarburos e inhalantes un 250 %, la cocaína aumenta en su  consumo del 2,1 al 2,9 % de la población escolarizado y las pastillas  estimulantes (anfetaminas, éxtasis por ejemplo) también subieron llegando al  2,8 % de la población estudiada. Es bueno recordar que la pasta base ya no es  patrimonio de clases desposeídas, ya que comienza a observarse un consumo en  otros sectores sociales. Pensemos si se hubieran realizado estos estudios en  población no escolarizada. Probablemente todo los datos serían más altos. El  estimulante (como en la novela en donde la droga esta naturalizada como algo  habitual) es el supletorio que complementa la vorágine. Agrega más vorágine y  precipita a los personajes al vacío.

Jean Cocteau en su libro  Opio nos dice “la droga es la única manera de saltar del túnel de la vida”. La  vida como túnel, como oscuridad sin luz ni sentido. Ese tiempo cataclismico  marcada por un “combustible” prestigiado socialmente surge desde la nada de  sentido. No hay luz. Pero es un salto. Un intento alucinado de crear otro mundo  aunque sea por un instante. Instante cada vez más pequeño ya que la abstinencia  de la droga, la falta de ella en nuestro cuerpo y mente nos devuelve al túnel.

El “combustible” elegido les  permite por un instante la omnipotencia de atravesar todos los limites. Ir a  mil se transforma en un fin en sí mismo.

La droga así seduce, se  transforma en un modo de dominio en un mundo de Poder, como nos enseña el  maestro en psicoanálisis Guillermo Maci. Quedamos sometidos al vértigo para  salir del túnel (vida a la cual no le hemos encontrado ideales superiores al  “ombligo”) y sujetos al “combustible” mortífero de nuestras neuronas y nuestra  mente como son las drogas.

Todo sea por comprar por un  ratito un mundo alucinatorio que nos permita, también por un ratito, salir del  túnel. Quedamos presos del tiempo que no para. Es el nuevo campo de  concentración en la sociedad post-moderna. Es el tiempo del ya, del impulso;  ahí somos nadie o somos nada.