Fiestas

«Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido»

Fray Luis de León

En las Fiestas se conmemora un reencuentro, un renacimiento. Más allá del significado religioso, escuálido en la era post-social actual, es la fiesta el retorno de un reencuentro y un renacer. Si en lo religioso es el nacer de un arquetipo de un Dios-hombre, en lo humano es la apuesta a un hombre que nace y que se une de alguna manera con la familia del corazón que ha logrado construir. La fiesta – religiosa o no- debiera ser el triunfo de la vida y dentro de la vida de la vivencia, o sea del corazón. Esto contrasta con la visión de las calles a las 6 ó 7 de la mañana, más que un reencuentro parece ser la búsqueda de un refugio a través del alcohol en un deambular en donde la perdida de equilibrio en el caminar es una metáfora de otras perdidas de equilibrio. Las drogas (incluyo al abuso de alcohol) anuncian más la muerte que un renacimiento.

Es también la fiesta en el calendario una primacía del tiempo en su dimensión de balance, de reto a lo que hicimos, lo que ya no podemos hacer y lo que podremos como por-venir realizar. Como balance es alegría por el camino recorrido, duelo por lo que nunca se podrá realizar y también por los que ya no están. En estas horas claves que son las fiestas (no son horas cualquiera) aparece el misterio eterno del tiempo. Hay horas que ya han pasado pero que las más significativas perduran. Nuestra vida se edifica sobre estas horas fundamentales: amores fuertes, recuerdos centrales, rechazos imborrables, ejemplos que nos impactaron. En el torbellino del tiempo hay horas que permanecen y que nos acompañan toda la vida. Es en parte nuestro micro-Apocalipsis de angustia pero, y fundamentalmente, nuestras micro-salvaciones porque nos encontramos- si tuvimos suerte- con un buen padre, un buen amigo, una buena madre, un modelo de vida, una buena educación moral, un barrio digno. A veces el abuso de alcohol y drogas anuncia más que un recuerdo una huída del dolor .La anestesia a través del alcohol y de otras sustancias.

La fiesta para los antiguos era encuentro en primer lugar, luego danza, comida y, por último,  algún químico casero que levantara el espíritu levemente (el vino). Hoy en la era post-social todo parece haber virado, por lo menos para muchos: la decadencia del encuentro, o sea de la vivencia, o sea del lenguaje del corazón, genera que lo primero buscado sea la cantidad de tequila o de cerveza que conseguiremos en el super-market para desde ahí edificar el encuentro que, como dice la propaganda de la cerveza, es el «sabor del encuentro».

Antes la fiesta era la suspensión del tiempo de los negocios. Era el reino del ocio. El ocio no era un «dulce hacer nada». El ocio era encuentro. Encuentro de corazones. Charla, diálogo, música, con buen vino. Pero fundamentalmente encuentro. Sin encuentro de corazones no hay hombre.

El célebre Horacio decía: «Feliz es aquél que lejos de los negocios…» O sea, el que puede vivir el ocio…del encuentro. En los negocios todos sobrevivimos. Es la sobrevivencia: ganar, correr, competir. Esto es necesario. Pero la vida no es sólo eso. Es vivir. La sobre-vivencia queda suplida por la vivencia. Si no hay vivencia, no hay corazón. José Hernández escribió: «Dios formó lindas las flores, pero al hombre le dio más cuando le dio el corazón».

La era post-social tiene dos dioses que adora: el trabajo (aún escaseando) como sobrevivencia y la fiesta como descarga. El trabajo se transforma en adicción al trabajo y la fiesta es la catedral exigida por la nueva feligresía el fin de semana. Ahí el alcohol y las drogas cumplen el papel del olvido de la mortificación cotidiana. Es casi la amnesia buscada masivamente. Huir de uno mismo, de las preguntas que el tiempo y sus horas nos hacen. Ocio no es ruido, es saber estar con uno mismo. Mis pacientes me hablan del aburrimiento. ¿Qué es el aburrimiento? La sonoridad angustiosa del vacío, la tristeza, la pérdida de sentido. Ahí llega el fármaco salvador que la sociedad propone: el alcohol, las drogas.

Julio Cortázar, en «La Autopista del Sur», nos cuenta cómo la vida cambió cuando, tras un embotellamiento de tránsito, miles de hombres al volante tuvieron que conocerse. Separó el vértigo y durante horas fueron felices por un tiempo. La larga caravana de coches que se detuvo permitió que el hombre se comunicara. Para ser feliz hay que salirse de la carrera.  Parar el vértigo que nos propone la era post-social. Que la fiesta sea fiesta, o sea ocio y encuentro. Huir del «mundanal ruido» del que nos habla Fray Luís de León no es estar en una ermita sino poder estar con uno mismo y con los que quiere.