MORIR ANTES II

“… la muerte de su padre (… de un padre) era lo único que había sucedido en el mundo y lo que seguiría sucediendo sin fin…”

Jorge L. Borges.

La semana anterior mencionamos como la patología adictiva resulta ser también una caricatura de un modo de vivir social. Así nos referimos a como el consumo de sustancias acompaña a estilos de convivencia en donde el elogio a la desmesura es una nota cotidiana. Ahí las drogas insuflan la omnipotencia de la desmesura. Otro elemento típico es la dificultad en nuestra sociedad en transitar duelos, separaciones, pérdidas, transiciones. Ahí la química prestigiada permite transitoriamente la huída del dolor. La ansiedad de la huída suplanta a la compañía del diálogo para tramitar la que no puede ser. O que va a ser de otra manera. El cambio de la niñez a la adolescencia, una muerte, un divorcio, etc. por ejemplo encuentran así una salida química que en lugar de elaborar los sufrimientos los multiplica.

Estamos relatando historiales de pacientes en donde la lectura también debe ser cultural no solo como si fuera la expresión diagnóstica de un nuevo malestar psíquico y biológico y maxime cuando debemos entender, desde mi punto de vista, que la adicción es también una patología impuesta y propagandizada desde un conjunto de representaciones sociales en donde la aceptación social del consumo se promueve.

Están también aquellos para quienes a través de las drogas se puede cumplir una creencia, cristalizar y hacer real un sueño: como es aquel que se puede llegar a alcanzar un placer sin límites. Roberto en un paciente de 19 años cuya vida no reconoce horarios. No hay obligaciones en su horizonte. Nunca pudo sostener un trabajo ni un estudio. Su conducta es paralela a la conducta paterna; “…como padre no sé poner límites”. La falta de límites del paciente se da la mano con la ausencia paterna. Ausencia que encubre secretos familiares ya que la pareja de padres tiene graves conflictos (la madre tiene una patología psicótica). El abandono del hijo es como dejarlo morir. El suicidio desde un mas allá del principio del placer del hijo es paralelo a la conducta paterna; “… como padre no se  poner límites “. La falta de límites del paciente se da la mano con la ausencia paterna.

El abandono del hijo es como dejarlo morir. El suicidio desde un mas allá del principio del placer del hijo es paralelo a una conducta ausente, filicida (homicidio por ausencia) del padre. “…los  amigos de él me dicen que se está drogando mal, choca con las motos, tiene ideas raras… pero yo no puedo hacer nada”.

En muchas historias se repite la ausencia de la figura paterna que en realidad es la caída de todo un orden familiar. La familia parece no existir o en realidad existe como un vacío precipitante de la muerte. El placer buscado por el paciente en un mas allá del placer (“ hasta el tope… llegar al ras…”) es el encuentro con la “parca” (ley última del hombre y máxime cuando no se escuchan otros límites).

En este tipo de situaciones la falta de límites durante todo el proceso educativo se articula y une con la fuerza de los grupos adictivos. Los pares potencian la sensación de que un placer sin límites es posible en una verdadera narcosis colectiva. El punto de encuentro de estos jóvenes puede ser el boliche, la esquina, las “giras” de varios días por distintos sitios. Lo que los une es el embelesamiento prestigiado. Lo que los separa es la “resaca” posterior en su mezcla de hastío, dolores y odio hacia sí mismo. Pero esta misma (resaca) alimenta en la abstinencia el anhelo de volver a consumir para volver al embelesamiento y luego, otra vez, al odio hacia sí mismo.

Elogio a la desmesura, imposibilidad de tramitar duelos y ahora el mito de lograr un placer sin límites son tres, de las varias modalidades de tratar de yugular el dolor con sustancias.

Si proponemos ciudades preventivas como modo social de contraponernos a la cultura de la narcosis prestigiada es también para formar padres y jóvenes en una cultura de la vida. No debemos olvidar que las adicciones al alcohol y drogas son enfermedades crónicas, progresivas y terminales. Es necesario potenciar en padres y adultos un cuidado responsable.