Valorar la vida.
«La sabiduría o sea el sentido común ha caído por el individualismo y esto facilita que el hombre mismo esté expuesto a la tentación del suicidio»
G. Marcel. La decadencia de la sabiduría.
La sabiduría o sea el sentido común. La muerte, el accidente trágico, la golpiza, hechas entre tribus a la salida de los boliches son solo, ya, noticias. Un joven muere por una cuchillada en la yugular luego una lucha entre tribus en San Bernardo. Un joven transeúnte; lo que podríamos decir “un laburante” luego de recibir un botellazo queda en coma. El Ministro de Salud de la Provincia de Buenos Aires decreta que el nivel de alcoholemia al volante debe ser cero. Tolerancia cero frente al desborde. Un ex ministro queda sin su coche luego de ser encontrado con límites de alcohol al volante superior a los 0,5 mg, exigidos. Muertes en General Lamadrid y en otras localidades por accidentes nocturnos de jóvenes. No son mas que noticias automovilísticas que llevan al acostumbramiento. La muerte, el coma, la discapacidad como consecuencia ya, pareciera no sensibilizarnos. La sucesión de noticias nos lleva no solo al acostumbramiento sino a la indiferencia. La indiferencia es como si tuviéramos un preservativo en nuestro corazón. Muchos confunden indiferencia con tolerancia. En la indiferencia no hay sensibilidad por el otro; en la tolerancia hay respeto por la diversidad y dignidad de los otros.
El valor de la vida.
El ser se encuentra en dos momentos claves: el nacimiento y la muerte. El valor surge ahí; o sea de confrontarnos con el milagro del nacimiento o con la perdida de lo que ya va a ser solo recuerdo (recuerdo viene de corazón o sea lo que nos va a quedar grabado en nuestro “cuore”). Por eso el nacimiento, la enfermedad, la desaparición, el rapto, el peligro de muerte nos conmueve. Es el valor de la vida, el ser más profundo se conmueve. El nacer del amor o la perdida nos anuncia el aparecer de la vida o el oscurecimiento de ella. Hoy estamos indiferentes. Las noticias tapan los valores.
Resucitar a la vida.
Trato pacientes que están tratando de volver a la vida; adictos graves. Me pregunto siempre como han llegado a ese extremo de autodestrucción. Mi maestro en psicoanálisis G. Maci me dice en las supervisiones que es como que “si se vengaran en sí mismos por haber nacido”. La vida ha perdido valor. No les hemos transmitido ese valor o no lo han podido escuchar y entonces la “tentación del suicidio” se impone. Son jóvenes que no están en la tapa de los diarios; también adultos jóvenes. Pudieron ser algunos de aquellos que podrían haber estado en Pinamar o San Bernardo. No son noticia. Son verdad. Tratan de resucitar. Hablo horas con ellos en la comunidad terapéutica. Saque las siguientes conclusiones de relatos de ellos. Les pregunté entre otras cosas qué los está llevando a cambiar; a) Haber vivido de cerca la tragedia; b) la cárcel; c) ponerme bien para poder ayudar a familiares adictos; d) la terapia individual que me ayuda a ver de otra manera la vida; e) haber vivido en las sobredosis alucinaciones “en donde la muerte me llamaba”; f) haber intentado suicidarse; g) haber llegado a estar en estado de coma; h) sentir que en la calle me podían haber matado; i) descubrir que soy padre y querer darle al hijo un padre diferente; j) la experiencia de haber vivido tirado en la calle; k) descubrir en las comunidades terapéuticas el valor de la palabra frente a la barbarie de la calle; etc; etc.
Están resucitando. Si están reanimando. Los antiguos decían que el alma que moraba en nosotros era el “anima”. Están recobrando el animo. El valor de la vida. Lo de San Bernardo y todo lo que nos sucede pienso que es que en muchas circunstancias perdemos el valor de la vida. Triunfa la indiferencia.