A Jorge lo veo luego de casi diez años. Me muestra una tarjeta y tiene otro apellido. Me retrata sus tres historias. Hijo no reconocido, su primera identidad se localiza en la de su madre. En la escuela era llamado por el apellido materno. Su padre biológico lo abandonó al nacer. De él no tuvo noticias por muchos años.

La madre le quiso dar un padre adoptivo a su hijo quizás captando el sufrimiento que esto le ocasionaba. El adoptante le enseñó todas las trampas de la vida; delincuencia, drogas, traición, etc. La paternidad es siempre una adopción ya que es transmitir notas de vida, palabras, relatos, etc. Los antiguos definían a la paternidad biológica como diferenciada de la paternidad como hecho cultural: hacer propio al hijo y este hecho se reconoce  como una verdadera transmisión para entrar en la vida y en la sociedad. Siempre la paternidad era para ellos una adopción. Por eso padre podía ser un maestro, un religioso o cualquier otro que ayudara al niño a ser y a entrar en la vida.

A Jorge la droga lo acompañó desde su adolescencia. La cárcel fue su compañera odiada y buscada a la vez como quizás último límite ante la posibilidad de morirse por sus conductas de riesgo. Hablo ahí con él. En los diálogos reconocemos la herida y el vacío que derivaban del desencuentro con su padre. Lo buscó y lo encontró, al fin,  ya casi en sus ochenta años y él teniendo cuarenta con su cuerpo y espíritu “encallecidos” por las heridas y traumas. El ADN confirmó su ascendencia.

La terapia personal, el dejar las drogas y la re-estructuración total de su vida lo ayudaron a reencontrarse con su tercera identidad fuera de las experiencias carcelarias y las sobredosis. Su vida es diferente y el trabajo legal le confirma un sentido vital así como un conjunto de hijos que puede cuidar y proteger.

Siempre podemos cambiar .Consultemos a un terapeuta. No nos quedemos con las heridas abiertas.

Dr. Juan Alberto Yaria

Director General GRADIVA-Rehabilitación en Adicciones.