El refugio de Jorgelina en sus 15 años  es el “porro” en donde “alucina” otro mundo. Los fines de semana cocaína y en alguna ocasión alucinógenos. Sus padres la abandonaron acosados por sus múltiples problemas psiquiátricos (drogas , depresión) .Quedó en manos de distintos parientes que más allá de su buena voluntad solo le podían proporcionar una heladera a veces llena y otras vacía pero nunca una mesa familiar.

 Todos corremos y parecemos no escucharnos. Y nuestros hijos están ahí. No los miramos casi ni tampoco los escuchamos y por eso  después no los podemos limitar cuando es eso lo que necesitan. Luego el psicólogo lo diagnosticará como un hiperkinético (nunca quieto siempre distraído). Así era Jorgelina en su infancia.

  Nuestros hijos parecen estar entre la civilización de la velocidad  y el mundo de las ausencias y el desamparo y ahí a la vuelta de la esquina  se encuentran las drogas. Ellas circulan “conectando y desconectando” a las personas. Sin palabras y reconocimientos familiares y sin poder escuchar no puede aprender. O sea no puede crecer. Viene traída a la comunidad terapeútica por su Obra Social.  ¿Cómo empezar a reconstruir esta situación crítica?. Rápidamente trato de buscar otros adultos protectores y que funcionen de garantes para frenar este naufragio de un grupo familiar. Encuentro un tío y una tía de la madre.

 Con ellos tratamos de tejer un nuevo proyecto de vida alejado de la autodestrucción en una comunidad terapéutica. En las terapias aprenderá a llorar lo que ya no puede ser y a la vez empezará a utilizar la palabra como vía para su salvación dejando atrás el alcohol y las drogas. Es la velocidad de lo humano y no la huida de la fuga.

 Juan Alberto Yaria

Director General GRADIVA. Rehabilitación en Adicciones.