“…desde el fondo de su desamparo la familia parece en condiciones de convertirse en lugar de resistencia a la nueva barbarie de la sociedad mundializada” E.Roudinesco. “La Familia en desorden”. Fondo Cultura Económica.
Cuanta menos familia como amparo tenemos más la deseamos y la buscamos encontrar. Eso le decía a mis pacientes en la sede de tratamiento de mujeres refiriéndonos a sus dolores traumáticos ligados al abandono; y les recordaba que cuando allá por los 80 estudiaba en USA las bases de la comunidad terapéutica mis maestros en el duro arte del acompañamiento ante las amenazas suicidas de la drogas me enseñaban que nosotros representábamos en el mundo de los residentes a una prótesis que funcionaba como una “familia sustituta”.
Con el correr de los tiempos y de los cambios culturales progresivos que se dieron esto se transformó para mí en una gran verdad y esto ahora resulta más relevante ante la caída del orden de los “acompañamientos amorosos” que representa la sociedad tecnológica y del dinero. Dos “fetiches” parecen presidirla y torturarla: el metálico y los aparatos de comunicación-incomunicación con el chat y el twitter como vías excelsas de ignorancia de nosotros mismos. Nuestros hijos quedan aislados, aunque en realidad todos quedamos aislados. Vivimos, así, dentro de una fortaleza vacía. Vacío de ser permanente pero rodeados de aparatos y góndolas de compra-venta. Todos atados al dinero, la zapatilla de marca, el aparatito de chats. Pareciera haber desaparecido el arte de la escucha y la palabra que es la mesa de los encuentros, las identificaciones y el desarrollo personal que desde tiempos remotos hicieron al hombre.
Crecer solos
La historia de Elena es la historia de alguien que fluctúa entre tres espacios: la madre adolescente apenas diferenciada psicológicamente de ella (solo 14 años años la diferencian), una abuela materna que odiaba a su hija y que era absolutamente permisiva facilitándole a su nieta cualquier transgresión y un padre abandónico que había dejado todo para irse a otra provincia. La madre inmadura y necesitada de dinero parar vivir deja a Elena entre la abuela y un padre que la devuelve rápidamente a su provincia de origen. En la escuela no puede aprender, en las relaciones sociales es violenta y llena de venganzas hacia los compañeros que si pueden tener una mesa y una orientación. En la adolescencia descubre las drogas y alucina un mundo diferente pero rodeada, ella, de “patrones” del territorio de su barrio en donde el sexo se retribuye con drogas y con mandados para saciar la apetencia de drogas en los barrios ricos.
Así va decreciendo en su vida….llega a nuestro centro hace unos años absolutamente “animalizada” en sus gestos y sin ninguna posibilidad de comunicación. Sus abstinencias de todo tipo de drogas son muy duras: excitación psicomotriz, días enteros durmiendo, hosquedad en el trato, etc.
Elena a quien podríamos describir como una sobreviviente a un caos familiar realiza un triángulo –que en teoría de familias- se denomina perverso. Excluye a la madre, al padre (ausentes totales) y a todas las instituciones socializadoras como por ejemplo la escuela de su vida y a cualquier figura que pueda normativizarla y se alía a su abuela que funciona como una habilitadora permanente de cualquier transgresión. Hospitales de desintoxicación y comisarias presiden su vida. Así la conozco. Un tío lejano reacciona y es la respuesta amorosa y esperanzadora frente al suicidio inminente de esta niña joven de 16 años.
El amor y la esperanza
No se puede tratar hoy a un paciente en esta sociedad tan herida por el desamparo sin apelar a los grandes de la filosofía y de la vida. Un terapeuta necesita una mirada artesanal ante este ser que está frente a nosotros herido y que se considera incurable y ya fuera del circuito de esperanza y paradójicamente sin registro de lo que le sucede.
En realidad voy a apelar a dos grandes de la filosofía del siglo XX como E.Levinas y G.Marcel (europeos ambos y que dejaron enseñanzas hermosas por su humanismo). Elena reaccionó y hoy anda por la vida con un proyecto en donde el suicidio como sombra ya no la persigue. ¿Qué nos pasó con ella y que creemos le pasó a ella para mejorar?
No hay experiencia terapéutica –por lo menos para nosotros- en esta era de la inermidad y de la identidad de los “nadies” sin la vivencia del amor y la esperanza. G. Marcel decía: “…amar a un ser es decirle Tú no morirás”. Por el contrario la experiencia del desamor tan cara a las experiencias actuales remite a la experiencia vívida y dura del “morite”, “no existís”. Somos hijos del reconocimiento. Sin reconocimiento no hay vida posible. El amor remite a un proyecto y a una esperanza. Por otro lado E.Levinas nos dice que la experiencia fundamental que funda la esperanza por vivir es el “cara a cara”. Estar con otro cara a cara, mirarlo, hablarle. Incluso nos dice que es la experiencia ética fundamental. Por eso el que no nos mira a la cara oculta una transgresión –por supuesto-ética. La experiencia del amor es la del reconocimiento y mirar al otro funda una esperanza, una promesa de futuro. El mundo de hoy parecería padecer del mal de ausencias.
A Elena en la comunidad terapéutica la empezamos a mirar y a reconocer. Un amor ligado a límites, contacto, senderos. Mejoró. Empezó a estudiar. Ayudamos a su madre a estar con ella. Limitamos los contactos con su abuela que era lamentablemente la “promesa” del cementerio. Por fin aprendió desde los senderos de la Ley amorosa que las drogas eran también un cementerio anticipado. Elena encontró una familia sustituta que la ayudó a vivir.
Juan Alberto Yaria
Director General GRADIVA. Rehabilitación en Adicciones.