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«Es posible que las familias no estén interesadas en la guerra cultural, pero la guerra cultural está interesada en ellas”. (Rod Dreher, ‘Vivir sin mentiras’)
- POR JUAN ALBERTO YARÍA
- 30.07.2023

Son otros tiempos. Jorge pasó sus días infantiles rodeados de aparatos electrónicos y con juego electrónicos, fanatizado con lideres de YouTube que veladamente hablaban de drogas banalizando sus efectos. El rendimiento escolar es regular, ya que la adicción a los video juegos está -en muchos casos- ligada a trastornos del aprendizaje. Además, la atención, la memoria y las distintas habilidades cognitivas quedan sujetas la video-pantalla y se resienten, así como la socialización infantil.
Oscar vive en la calle, la escuela casi no existe, así como la vida familiar. Sus padres no están, el padre lo abandona de chico y la madre trabaja y toma alcohol cuando viene para “sedar” sus penas y soledad.
Dos escenarios de hoy en donde la familia y la escuela son débiles y no pueden proteger a los más jóvenes de una sociedad hipertecnologica, acelerada, globalizada y con déficit de encuentros, emociones compartidas y modelos vitales.
Las transmisiones generacionales que son las bases del desarrollo humano resultan ser anémicas ante la fuerza de las video pantallas y la crudeza de la sobrevivencia en la calle.
Los diversos ‘Patrones del mal’ (mentando los diversos Pablos Escobar vernáculos) se van adueñando de esos jóvenes con padres perdidos circundando las vidas de Jorge y Oscar buscando refugios que los alienan en un mundo de paredes y hogares inexistentes hoy al servicio de la destrucción.
Es el signo de la destradicionalización que en Occidente permite reine el “totalitarismo blando” de los que imponen y rentan con gran plusvalía un modo de vida alienado y mortífero. Tradición es “tradens” (transmisión) y sin transmisión no hay cultura y no hay hombre posible. Es aquello que Hegel mencionaba simbólicamente como sucediendo entre abuelos, padres e hijos en el ‘Discurso de Jena’ mentando que era el pasaje de notas de vida entre generaciones, base esta de un vivir posible desde la familia, la escuela y toda la base de la cultura territorial. Así hoy el “Santísimo Paco” es la pócima deseada. Los pacientes me dicen “ahí somos Dios” y conquistan el Infierno en la Tierra culminando sus vidas en el deterioro.
Ni Gramsci (neomarxista que pregonaba que el Occidente no caerá por la lucha de clases sino por la caída de los fundamentos de su cultura) lo hubiera visto tan fácil o como decía Marx todo “lo sólido se desvanecerá en el aire”. Sobre un telón de muerte unos y otros están inmersos en la video pantalla o los diversos Instagram o Facebook que son la Real Academia de sus vidas para desaparecer algunos, morir otros.
Otros están en las calles y entran en “tribus”, clanes, “barras bravas”, forman parte de alianzas cómplices con diversos miembros de la corrupción haciendo de correos a costa, incluso de sus vidas.
La droga reina y en el altar de los sacrificios miles se inmolan en una sociedad que tiene características que invitan al “totalitarismo blando” del drogarse. No hacen falta tiranías, solo el “totalitarismo blando” que enseñara, como decía Orwell en ‘1984’, que “dos más dos son cinco” porque el sentido común queda a un costado en aras de lo relativo que implica la deconstrucción de la realidad.
En su libro la “Decadencia de la sabiduría”, Gabriel Marcel (filósofo francés excelso en sus pensamientos en el siglo XX) enseñaba que la sabiduría era solo el sentido común. El “totalitarismo blando” desafía al sentido común y lo confunde con el relativismo de lo opinable, incluso el morirse drogándose sería el acto sublime de la libertad. Incluso, el que se droga en este totalitarismo blando es un ser que ha elegido la libertad. Nos venden el goce como lo excelso: el placer llevado a su máxima expresión es el engaño hacia la muerte. Lo ilimitado nos muestra precisamente nuestro límite. Respetar los límites de nuestra naturaleza es signo de salud mental. Todo esto es relativo para este pensamiento que reina en el llamado antiguamente Occidente.
Al lado del goce como el éxtasis final y deseado se privilegia lo dinerario en el juego de imágenes y del espectáculo que son la parafernalia de esta sociedad posmoderna triste y abúlica. En última instancia llegan a un “hombre químico” que desafía los limites naturales de la organización cerebral y de todos los sistemas metabólicos y que en su momento decretaran el fin de esta aventura en donde la insensatez fue la teoría pontificada. El desafío a la naturaleza los lleva a lo infra natural de la barbarie.
SUICIDIOS DIFERIDOS
Mundo de suicidios diferidos en donde se trata de colmar hasta el ras los agujeros de una vida sin sentido, ya que el sentido deriva de una transmisión faltante (tradición-tradens). La desfamiliarización creciente completa este cuadro de eutanasia social en donde, desde las discapacidades de jóvenes hasta la muerte final, es cosa que vemos todos los días. La desfamiliarización (objetivo clave para el totalitarismo blando) asegura la borrosidad de todos los límites de contención tan necesarios para todos los jóvenes.
Hombres y mujeres sin apellido o que aborrecen ese apellido que alguno les dejó se transforman, merced a la vida que llevaron y a la historia que repudian de sus ancestros a quienes en algunos casos ni conocen van, así, siendo seres anónimos, con identidades falseadas y en ese anonimato van quedando reducidos al arbitrio de otros. Viven la vida de los condenados.
La desvinculación creciente de la sociedad con “estados fallidos” por doquier lleva a la desarticulación de los vínculos sociales y forman un “hombre químico a la intemperie” con una “hipnopedia” (otra vez apelo a Orwell en donde la sumisión hipnótica suplanta a la lucidez de la conciencia) como forma de control social (una mentira repetida muchas veces durante semanas se transformará en verdad).
Así surgirá el ser anónimo, un robot humano, un ser en serie, en términos de Sartre, será un hombre técnico, pero no para los grandes inventos sino para manejar con presteza una “Play Station” o los diversos sitios de internet.
LA CULTURA DE LA CANCELACION
Triunfante hoy este modo de vivir se necesita de una cultura y una mercadotecnia con una reingeniería social de base que sean el sustento. Hoy se la llama la cultura “woke” (del despertar) en donde se cancela todo aquello que impida el triunfo de esta concepción. Mathieu Bock Cote -sociólogo canadiense- hoy se refiere a esto con su libro ‘La revolución racial’. Todo el mundo debe hacer penitencia y agachar la cabeza ante el pensamiento decretado como políticamente correcto.
La cultura de la cancelación (“cultura del woke”) es una rama pujante del llamado pensamiento político correcto que abarca todas las estructuras del pensamiento que basaron Occidente (desde las drogas, la eutanasia, la familia, la politica de natalidad y sexual, el racismo de los blancos, etc). Se derriban estatuas, se proscriben libros y atacan los grandes monumentos clásicos de la literatura, se demonizan a personajes y las palabras “opresión”, “odio”, “racismo”, “discriminación” son parte del vocabulario que se repite hipnóticamente como verdades concluyentes en la lógica amigo-enemigo.
Hay que reeducar por completo a la población, deconstruir sus prejuicios y los pueblos occidentales son una categoría contrarrevolucionaria para liquidar.
Rod Dreher, periodista y escritor norteamericano, estudioso de la cultura de la cancelación, en su libro ‘Vivir sin Mentiras’ toma de Hannah Arendt la noción de totalitarismo blando. Al totalitarismo blando no solo le interesa el poder político sino el “alma” de las personas, su mente y el control de toda actividad humana, basado más en la manipulación psicológica que en la violencia abierta.
Juan Alberto Yaría
* Director general de Gradiva – Rehabilitación en adicciones