“…el consumo compulsivo no resuelve el vacío, sino que lo agudiza… cayó el Padre el de la Ley” .

Nadie nace de cero ni se desenvuelve en el vacío decían los antiguos griegos y latinos. La clínica de todos los días en adicciones nos parece diferente ya que nos encontramos con multitud de pacientes que parecen girar en el “vacío”.
Jorge todos los días caminaba rápidamente entre Constitución y el Obelisco. Incesantemente lo hacía durante varias horas. ¿Qué buscaba? …el parece no saberlo, pero sugestivamente lo tenía que hacer. Entre los andurriales oscuros de Constitución con sus “dealers” escondidos en zaguanes, ladrones sueltos, perversos arrinconados en sitios determinados parte desde ahí hacia un Obelisco para después volver a hacer lo mismo.
Crac, cocaína, marihuana, cigarrillos, alcohol acompañan este viaje hacia el vacío. Mientras tanto varias internaciones fruto de sobredosis lo interrumpen en este camino hacia la nada entre el Obelisco y Constitución.
Parece un personaje de novela y yo diría que todos los pacientes en su realidad superan la ficción.
Dialogando con él me encuentro con un joven de casi treinta años obeso y vorazmente consumidor de sustancias. Las crisis de abstinencia las pasa comiendo y en nuestra comunidad terapéutica llego a comer 11 empanadas como forma de tenerse y llenar su voracidad.
Es muy afectivo y siento que está buscando alguien que le entregue notas de vida, emblemas, orientación. Es un niño de treinta años que buscaba una figura paterna.
Toda su vida estuvo buscando a su padre me dice. Su madre le señaló uno. Lo encontró, pero su ADN no era el indicado. Su frustración lo inundo de depresión y siguió buscando, girando en el vacío a la búsqueda de un Padre.
Es una historia tierna y sufriente de uno de los tantos de hoy que no tiene lo que los antiguos llamaban linaje (por favor no confundir con nobleza real) o sea una ascendencia y no se puede incluir en una cadena de generaciones.

LA BRUTAL ERA DE LA TECNO-CIENCIA
Jorge es uno de los tantos que surge en la era de tecnociencia en donde los atributos humanos caen ante el imperativo de las máquinas y los químicos que tratan de saciar la angustia creciente.
Esta angustia fomenta un placer sin límites (un goce) que culmina en un masoquismo y en la llamada técnicamente pulsión de muerte con multitud de sicarios que viven de estos seres girando en el vacío desde el delivery que transporta sustancias hasta el banquero que sacia su “sed” de muerte con millones de dólares que encajona como plusvalía de la muerte acumulada.
El maestro en psiquiatría Jorge Sauri (1923-2003) nos enseñaba que no se podía crecer sin una urdimbre creencial que era la categoría necesaria para tejer un modo de ser y de existir, sentir, entender y actuar. Son como los cimientos de una casa nos decía el maestro Sauri y por esto se convierten en notas constitutivas de nuestra existencia, así como la rosa es rosa y no se duda de ello.
Las creencias son la base de nuestra vida y esto se transmite a través de modelos identificatorios: “sobre esto nos movemos, existimos y somos” (Revista de Neuropsiquiatría – 2003).
Tratar decía Sauri era penetrar como con un “trepano” en las urdimbres que plasmaron a un sujeto. Nuestro querido Jorge tiene una urdimbre creencial escoriada y dolorosamente sufre esta falta de fundamento.

LA URDIMBRE CREENCIAL
Numerosos factores concurren a constituir la urdimbre creencial que es el fundamento de modos, formas modelos y opiniones con las que cuento y descuento para de Linaje y pertenencia generacional son fundamentales en un crecimiento hacia lo humano. Esto se conjuga con la Tradición que es esencialmente “tradens”: transmisión de notas de vida.
Nos hacemos humanos por la transmisión generacional que nos incluye en un linaje familiar y social.
Esto según Javier Zubiri (1893-1983), filosofo excelso de lo mejor de España y discípulo de Ortega Gasset y también de Heidegger, se concreta por ejemplo en la relación del niño con sus padres: “…el progenitor entrega a sus descendientes un modo de estar en la realidad como principio de posibilidades; los descendientes apoyados en el modo recibido determinan un modo de estar en la realidad optando por rechazarlo, modificarlo, etc”.
Zubiri dice que esto es lo que fundamentalmente constituye una tradición o sea una entrega de modos de estar en la realidad como principio de posibilitaciones de estar de alguna manera en la realidad.
Para Zubiri el hombre es un ser que necesita la religación (pertenecer a una serie histórica con modos de entrega amorosa) de lo contrario caerá en “la soberbia de la vida”. Maravillosa definición de nuestro tiempo en donde la omnipotencia parecer ser nota clave.
Tradición es la totalidad de las notas entregadas a la personalización para que en cada situación ella se vaya haciendo. Su entrega nunca es anónima. Toda tradición supone dación y reciprocidad -es espera que al aceptarla se devuelva algo- de persona a persona con la participación de diversos modos de comunicación. Su misión es transferirla, darla no justificarla porque es asunto de vida no de reflexión.
Todo esto está unido al lenguaje pues sin habla no hay historicidad ni por lo tanto tradición. Toda tradición entrega una visión del mundo unida al habla (los animales no tienen habla y por eso no tienen historicidad) se expresa simbólicamente y remite a una convención dentro de la cual tiene vigencia.
En el latín “tradere” como en el griego “paradosis” el vocablo tradición tanto significaba entregar como traicionar, pero se mencionan como hechos significativos el hecho de entregar.
La tradición requiere el concurso de al menos dos protagonistas en un “encuentro” donde quien entrega no es necesariamente el propietario de lo entregado, porque su misión se limita a reinstalar lo anterior y rehacer lo previo a la entrega.
Así se van incorporando “huellas” porque la tradición es memoria histórica y se va formando una personalización del antes al ahora. Dación es otorgamiento de algo a otro con quien me vinculo.
LA ACEPTACION
El don, vehículo de un nexo entre el dador y el receptor crea un campo común de obligaciones mutuas, no siempre fáciles de cumplir. La aceptación de un don acarrea una suerte de pacto que no se puede rechazar porque crea una obligación.
Aceptar un don obliga, crea deuda, porque comerciar y establecer relaciones es intercambiar. La tradición supone pues un encuentro y por esta razón lo entregado y recibido crea una obligación al generar en el otro esperanzas de retribución.
Cuando recibimos tenemos ya una pertenencia que es fruto de una donación: entrega, obsequia, procura algo a alguien, le transmite ese algo, se lo concede y lo pone entre manos. Todo esto supone un sacrificio de algo propio; por lo cual el don que ha de recibirse es también peligroso de tomar.